miércoles, 29 de abril de 2009

Fantasmas: ¿por qué creemos en ellos? (Segunda parte)

Las claves del engaño

La psicología del engaño ejerce tanta fascinación en los seres humanos que, con frecuencia, convierten en héroes a los timadores. Dado que la mayoría de la gente dice unas dos mentiras importantes cada día, que una tercera parte de las conversaciones contiene alguna forma de engaño y que cuatro de cada cinco embustes no son descubiertos, no es extraño que todo el mundo haya sido engañado alguna vez. Los hallazgos sugieren que en las relaciones de larga duración ni siquiera podemos discernir cuándo nuestras parejas no están siendo sinceras y que los padres se dejan engañar fácilmente por sus hijos. Sin duda, no es fácil descifrar las claves del engaño. Pero una investigación reciente ha mostrado que es posible hacerlo. Si no logramos descubrir las mentiras es porque basamos nuestra opinión en comportamientos que en realidad no acompañan al engaño. Se suele creer, por ejemplo, que los mentirosos tienden a desviar la mirada, agitar las manos nerviosamente y moverse inquietos en sus asientos. Sin embargo, lo más probable es que no solo nos miren a los ojos, sino que ni agiten las manos ni se muevan en sus asientos. Es más, puede que hasta permanezcan estáticos. Según la rarología, los gestos que realmente los delatan son los siguientes: tienden a incluir menos referencias a sí mismos y a sus sentimientos en las historias que cuentan, y cuando se trata de información relativamente poco importante parece que hayan desarrollado memorias prodigiosas y siempre recuerden el menor de los detalles. Las verdaderas pistas del engaño están en las palabras que utilizamos y no en el lenguaje corporal, que puede controlarse conscientemente. Esto significa que a la hora de descubrir embustes es preferible escuchar que mirar. Conviene por tanto recordar que el lenguaje de la mentira es mucho más corto que el de la verdad: “Los signos más reveladores están en la voz de la persona y en su elección inconsciente del lenguaje, en el aumento de las pausas y las indecisiones, en la manera en que los embusteros se distancian de su engaño evitando referencias a sí mismos, tales como ‘yo’, y en cómo evitan describir sus sentimientos, así como en la habilidad que parecen tener para recordar pormenores menudos que los sinceros olvidan”, explica Wiseman. Aunque los oídos sean de gran ayuda para descubrir a los mentirosos, los ojos también lo son cuando se trata de discernir la sinceridad o la falsedad de la sonrisa humana, uno de los gestos sociales que más se presta a la simulación. Los rasgos delatores para distinguirlas son los siguientes: las sonrisas auténticas no solo tensan el músculo cigomático mayor a cada lado de la cara, sino que afectan a los músculos orbiculares situados alrededor de los ojos, es decir, tiran hacia abajo de las cejas y para arriba de las mejillas produciendo arruguitas alrededor de los ojos. Con esta sencilla clave resulta fácil discernir las sonrisas genuinas de las falsas, ya que estas últimas no van acompañadas de mímica ocular. En cambio, es muy difícil no ser engañado por los ilusionistas, auténticos maestros del embuste que utilizan gran variedad de artimañas psicológicas para mentir al público, sobre todo mediante sugestión. Richard Wiseman llevó a cabo un memorable estudio para examinar el papel de la sugestión en las sesiones de espiritismo. Para ello contó con la colaboración de su amigo Andy Nyman, hábil actor y mago.
(Continuará…)

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