martes, 24 de febrero de 2009

Espejos cósmicos: nueva hipótesis arqueoastronómica (última parte)

Los tótems de Machu Picchu

El Valle Sagrado de los Incas encuentra en Machu Picchu el otro punto con el que, junto al constituido por Pisac y su Cerro del Cóndor, se ve abrazado. Y es precisamente en esta sorprendente ciudad redescubierta para el mundo en los albores del siglo XX donde, al parecer, los incas llevaron hasta sus últimas consecuencias esa fusión de dioses y piedras. Las especulaciones son bastante numerosas e incluso en ocasiones han dado la vuelta al mundo como la tomada por el fotógrafo Rubén Sueldo Pallardel que mostraba la típica estampa de la fortaleza bajo el cerro de Huayna Pucchu. Lo sorprendente era que aquella montaña, fotografiada cientos de miles de veces, se revelaba en la imagen de Pallardel como un gigantesco rostro humano en estado yacente. Una investigación demostró que la foto había sido retocada digitalmente para realzar o suavizar determinadas zonas y agudizar así los rasgos que le conferían ese aspecto humano, pero la polémica serviría para sacar a la luz una vieja tradición que asociaba esta montaña a un rostro. Así lo confesó el escritor e investigador peruano James Arévalo Merejildo, quien aseguró que en aquel lugar se encontraba petrificado un ente de poder que era conocido por los iniciados como Kóndor.¿Simple casualidad? Es posible, pero el Huayna Pucchu parece esconder otros entes, tal y como proponen los Elorrieta Salazar. Ellos han interpretado sus formas como la de un puma con el lomo encrespado junto a un ave con las alas semiabiertas, mientras que en los templos, almacenes, viviendas, palacios y plazas que configuran la ciudad propiamente dicha creen distinguir un gigantesco lagarto volador e incluso, en una de sus vertientes, un puma recostado en el que el observatorio de Intihuatana hace las veces de cabeza y el Templo de las Tres Ventanas forma parte del lomo. Los autores dan mayor envergadura a la dimensión cósmica del lugar al describir los contornos de Machu Picchu observados desde lo alto del Huayna Picchu como una gigantesca ave en vuelo. Aceptar estas propuestas implicaría también contemplar la existencia de un plan maestro meticulosamente ejecutado por el imperio inca, un plan que plasmaba en lo terrenal buena parte de sus elementos cosmológicos y de sus dioses. Así consagraron un territorio que no dudaron en modificar tanto para obtener la productividad que garantizara su sustento como para tener a sus divinidades formando parte del paisaje. Un paisaje realmente sagrado.

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