domingo, 22 de febrero de 2009

Espejos cósmicos: nueva hipótesis arqueoastronómica (segunda parte)

Ciudad del sol

La apasionante historia de Cuzco viene a ejemplarizar la de muchas otras grandes ciudades que emergieron en la América precolombina, urbes cuya organización, arquitectura y modernidad hacían palidecer a sus equivalentes europeas.

La metrópoli erigida en la cuenca del río Hutanay, en el sur de Perú, se convirtió en la capital del imperio inca y sus palacios y templos sobrecogieron a Francisco Pizarroy sus hombres cuando la alcanzaron en el año 1533. En aquel tiempo este poderoso enclave incaico solo estaba habitado por el Inca, su familia, la nobleza, los sacerdotes y las mujeres reservadas al culto y al concubinato, mientras que los gobernadores provinciales y los jefes étnicos o curacas se establecían en los aledaños de la ciudad. Pedro Sancho de la Hoz, un soldado español que actuó como secretario del conquistador, estimó en 100.000 las casas que formaban la ciudad y para cuando Pizarro la contempló se supone que la Qusqu quechua llevaba habitadamás de 2.500 años. Su origen se remonta a cuando un nutrido grupo de individuos de la cultura taypiqala se estableció por vez primera en las inmediaciones de la actual Cuzco. Las leyendas explican que el nombre quechua de la ciudad, Qusqu o Qosqo, significa “centro” u “ombligo”, de tal manera que Cuzco equivale a “ombligo del mundo” por entender sus fundadores que este enclave, situado a 3.350 metros de altitud, es el punto de encuentro entre el mundo de abajo o inframundo de los muertos, Uku Pacha, con el mundo visible y cotidiano, Kay Pacha, y el mundo superior o Hanan Pacha, donde habitaban las divinidades, entre ellas Inti, Viracochao Mama Cocha. Desde Cuzco se gestó la transformación de la cultura inca en el Tahuantinsuyo, el Imperio de las Cuatro partes del Mundo, un estado envidiablemente organizado que estaba cohesionado a través de los largos caminos que llegaron a unir regiones tan distantes como Ecuador, Chile o Argentina. Esos caminos –que, según se estima, sumaban más de 23.000 km– favorecían las comunicaciones, el comercio y la expansión de la cultura en un grado suficiente para recibir los tributos que sostenían el gran Estado y mantener, al mismo tiempo, la autonomía de cada provincia. Las posadas o casas de aprovisionamiento construidas junto a los mismos jugaron un papel esencial, dado que permitían la recogida y el intercambio de mercancía y suponían la presencia del inca en los más remotos parajes. La diplomacia formalizaba hábiles pactos y las conquistas bélicas permitían ganar terreno allí donde se encontraba resistencia. Las provincias eran gobernadas por los incas por privilegio, una casta entrenada para gestionar las nuevas ciudades y a sus respectivas etnias en medio de un vasto territorio de 300 km de ancho por 3.000 de largo. La magnificencia del Imperio de las Cuatro Partes del Mundo quedó patente para los conquistadores españoles cuando contemplaron y describieron el Qoricancha, el Templo Dorado, el recinto más venerado por los incas, que aparecía cubierto con láminas de oro. Desde él, originalmente conocido como Inticancha o Templo del Sol, partían 41 líneas imaginarias o cesques que conectaban en 10 km a la redonda nada menos que 328 templos o recintos de culto. Los restos de este edificio descansan hoy bajo el claustro del convento de Santo Domingo de Cuzco. Aún pueden contemplarse los recintos dedicados al arco iris, al rayo, a la Luna, al Sol y a las estrellas. Precisamente una hornacina del Templo de las Estrellas presentaba una alineación directa con la salida del Sol en el solsticio de invierno, mientras que un corredor estaba alineado con las Pléyades, la constelación protectora del maíz.
(Continuará...)

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