sábado, 21 de febrero de 2009

Espejos cósmicos: nueva hipótesis arqueoastronómica (primera parte)

Capital del imperio inca tahuantinsuyo, Cuzco es la gran ciudad del sol de la América precolombina. A los innumerables enigmas arqueológicos de la región se suma ahora la singular propuesta de que recrea en nuestro mundo la tierra de sus dioses.

¿Es posible que los antiguos incas vieran en determinadas rocas y en ciertos accidentes orográficos la huella de sus ancestrales dioses y héroes? ¿Se puede considerar que, más allá de la focalización de sus mitos en las caprichosas formas de la Naturaleza, llegaran a modelarlas para erigirlas en monumentales efigies de sus divinidades? ¿Cabe la posibilidad incluso de que se trazaran ciudades bajo la forma de tales dioses, distribuyendo sus templos, plazas y demás elementos de forma que realzaran los rasgos físicos de las deidades? La respuesta a estos y otros interrogantes similares parece ser un sí rotundo, un sí que plantea –a semejanza de lo sucedido con otras civilizaciones, como la egipcia o la de Angkor (Camboya)– que reprodujeron sobre el terreno a sus dioses y el espacio celeste que ocupaban.

Vínculo totémico

La magnitud de esta reinterpretación de la arquitectura incaica empieza por concebir su mítico Valle Sagrado como un reflejo de la Vía Láctea o Río Celestial. De acuerdo con esta hipótesis, los incas distribuyeron por el valle los astros visibles y las constelaciones oscuras que sus astrónomos habían identificado en el cielo. La tradición cuzqueña ofrece ejemplos muy claros en este sentido: Cuzco tiene forma de un puma sentado en cuclillas, con la espectacular fortaleza de Saccsayhuaman como cabeza y la actual calle Pumakurko como espina dorsal. Juan de Betanzos (1551) y Pedro Sarmiento (1572) aludieron a este vínculo totémico. La abogada y periodista Alfonsina Barrionuevo amplía los detalles en Cusco mágico asegurando que el puma se recostaba sobre el lecho seco del antiquísimo lago Inkill:“Sus colmillos afilados en punta de lanza hacían el aguerrido relieve de la primera muralla de la plaza y sus pupilas fulgurantes eran los torreones recubiertos con planchas de oro que brillaban al sol. Sobre su lomo gigantesco corre hasta hoy el Tullumayu, llamado ‘río de huesos’ porque mojaba las vértebras del dios, cuyas zarpas afelpadas se cerraban sobre otro río milenario, el Saphi, ‘raíz de manantiales’. Su cola concluía en una calle que todavía conserva su viejo nombre indio, Pumaq chupan (cola del puma)”. El caso del puma cuzqueño no es único. En otros escenarios la conexión entre las creencias, las formas de la Naturaleza y los fenómenos celestes que tenían significado para los incas da lugar a combinaciones realmente espectaculares en las que la piedra desempeña un papel protagonista. Tal y como resumen los investigadores Fernando y Edgar Elorrieta Salazar en su apasionante obra Cusco y el Valle Sagrado de los incas, “los ciclos míticos del origen del hombre, de los incas y la ciudad de Cusco son ricos en símbolos, gestos rituales y sucesos sobrenaturales asociados a descripciones de la geografía en la que se desarrolla la gesta. En esta etapa por lo general se representa a los héroes civilizadores y fundadores como personajes enviados por la divinidad en busca de un lugar previamente singularizado, el cual ha de ser reconocido en el momento en el que el gesto ritual de sus personajes es aceptado por la madre Naturaleza o los seres que moran en ella, reflejándose el hecho en manifestaciones suyas (arco iris, haces de luz, lluvias de fuego, etc.) que serán tomadas como señal de buen augurio y donde culmina o se fija un hito (conversión de los personajes en piedra) en este largo peregrinar”.
(Continuará…)

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