miércoles, 31 de diciembre de 2008

Año Nuevo gregoriano

Fin de diciembre, del duodécimo mes del año occidental, durante la noche festejaremos el cambio de año hacia el número 2009, al menos en lo pautado como calendario gregoriano. Para muchos visionarios, se prepara la cuenta regresiva hacia 2012 del calendario maya. Para otras civilizaciones restamos miles de años. Son convenios, ajustes del tiempo, ritmos de civilizaciones, de existencias, acumulaciones del movimiento de la Tierra, observaciones de sus constantes giros.

Se cierra entonces un ciclo, se abre el uso de un nuevo número en la conciencia colectiva. Número que es impar, y que a la vez suma un 2.
Humanamente volcaremos deseos, al unísono levantaremos la copa, con fe creeremos en una nueva oportunidad, en que algo se inicia y debe ser mejor, siempre debe ser mejor. Y en este mancomunado evento social, olvidamos la individualidad. Subestimamos inocentemente el futuro y el destino propio, la oportunidad de cada existencia y su sentido de pertenencia. El ciclo personal dentro de otro. Así como nuestro sistema solar gira a su vez dentro de una galaxia.
El verdadero año nuevo para cada existencia es el propio cumpleaños, aquel día en que uno comenzó a usar un determinado tiempo y espacio.
Por esto, festejemos en y con la humanidad otro año, más no depositemos la fuerza de la individualidad, de la espectacular unidad infinitesimal que es el hombre, a un solo ciclo generalizado, regulado por convenios y conveniencias. Sepamos pertenecer concientemente al deseo colectivo, sepamos reconocernos en una realidad única que se vuelve a reivindicar en cada cumpleaños y que honra a la vida y al exquisito movimiento del cosmos en el que tenemos los pies en la tierra aunque la tierra está en el espacio.

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