jueves, 25 de diciembre de 2008

La estrella de Belén: luz y guía (última parte)

En todo cuadro simbólico hay varias lecturas. La escena en la gruta o el portal del Belén ejerce una extraña fascinación, una sensación de coherencia interna que parece hablarle de modo misterioso a los estratos más profundos de nuestra mente. Y rematando el cuadro, ya sea en el Belén o en la copa del árbol de Navidad, iluminando la escena desde una posición privilegiada, se alza la estrella navideña.

La estrella guía a los Reyes Magos de Oriente y durante ese viaje parece participar de movimiento, pero cuando alcanza su posición todas las representaciones resaltan su estado hierático, de fijeza. Si hay una estrella que ha sido utilizada como guía, es precisamente la Estrella Polar. La imagen de la gruta del Nacimiento como símbolo del mundo en el que encarna la divinidad y sobre el cual se sitúa la estrella evoca inmediatamente la imagen del Universo pivotando alrededor de la Estrella Polar, a la que se compara entonces con el motor inmóvil, el primum mobile o primer motor que dota de movimiento a toda la Creación pese a ser él mismo fijo, estable, eterno, no sujeto a cambio ni devenir alguno. Y es que se la equipara nada menos que con el trono inmutable de Dios, desde el que todo lo ve. La estrella es el ojo divino. En las primeras representaciones de la Epifanía uno de los magos señala a la estrella pintada o esculpida justo encima del Niño ocupando un lugar fundamental en la escena. Pero es en las pinturas de Oriente donde este simbolismo polar se hace más evidente. En los iconos rusos o griegos la gruta del Nacimiento y el Niño ocupan el centro de la composición. Justo sobre él, por encima de la montaña, brilla la estrella, rodeada de ángeles. Desde la luminaria un haz de luz desciende justo sobre el infante divino atravesando la montaña, una columna de luz que nos remite de inmediato al pilar de los mundos, el axis mundi (eje del mundo), el pilar o columna que en tradiciones y mitos de todo el planeta sostiene a toda la Creación y actúa como canal que comunica, atravesándolos, todos los mundos. Es la vía a través de la cual desciende el influjo divino, en este caso el de la Natividad, su Encarnación. Este simbolismo aún es más claro en el árbol de Navidad, cuyo tronco es el eje que reúne todos los mundos y sobre el cual, en su cúspide, se sitúa la estrella.

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