domingo, 23 de noviembre de 2008

¿Se podrán prevenir catástrofes?

La red Conciencia Global es un detector de lo intangible. Cuando se produce en el mundo un acontecimiento muy grave que afecta a muchos seres humanos, algo en nuestras mentes emite un grito silencioso que nos une a todas las demás personas a través del sentimiento de la compasión.

Ese grito, en el que creían algunos visionarios y las antiguas civilizaciones, hoy puede ser detectado y medido. Al menos, eso parece. La red Conciencia Global es ese detector de lo intangible. Comenzó a recoger datos a finales de los años noventa y surgió como derivación del mítico Laboratorio PEAR, fundado en 1980 por el profesor Robert G. Jahn en la Universidad de Princeton (EE. UU.). Se basa en la hipótesis de que los seres humanos somos capaces de ejercer una influencia desconocida sobre la materia y, más específicamente, sobre los sistemas electrónicos. Una influencia sutil que altera su funcionamiento e introduce en ellos anomalías que no pueden atribuirse a otras causas. En la actualidad, los más de cien nodos de la red Conciencia Global distribuidos por toda la faz de la Tierra captan esas sutiles alteraciones en el tejido de la conciencia humana, que percibe –y eso es lo más sorprendente– que algo va a suceder incluso antes de que nada ocurra. Cada detector es un generador electrónico de números binarios aleatorios, una máquina que lanza metafóricamente una moneda al aire cientos de veces cada minuto. El resultado estadístico debería ser el mismo número de caras que de cruces o, dicho en dígitos binarios, la misma cantidad de ceros que de unos. Eso es lo que pronostican las leyes de la probabilidad. Y casi siempre sucede así. Pero a veces no. Los detectores, sometidos al efecto de la conciencia global humana, registran variaciones en sus resultados. En ciertos momentos, las monedas virtuales caen siempre de cara o de cruz. El estudio llevado a cabo por los investigadores del proyecto ha logrado hallar una correlación entre esas alteraciones y acontecimientos como desastres naturales, atentados, sucesos de gran carga emotiva... ¿Y si en un futuro más o menos próximo se pudiera llegar aún más lejos? Según el doctor en Psicología cognitiva Roger Nelson, director del proyecto en la Universidad de Princeton, no es descabellado pensar que existe una relación directa entre el grado de alteración de cada nodo de la red con su distancia espacial y temporal al acontecimiento que va a suceder. Dicho de otro modo, podría medirse el grado de alteración de cada generador de números y relacionarlo con el lugar y el momento en el que lo que sea que vaya a ocurrir sucederá. Algo parecido a lo que hacen las estaciones sismológicas, que captan las ondas sísmicas en diversas partes del mundo y pueden establecer el epicentro de un terremoto mediante cálculos matemáticos.Si esto fuera así, se habrías encontrado un modo de prevenir catástrofes o, al menos, de paliar sus efectos. Nunca se podría saber qué va a pasar, pero sí dónde y cuándo, gracias a la señal que todos producimos con la mente, que traspasa los límites de nuestra realidad física, superando nuestra pequeñez para componer un todo global, una especie de hermandad capaz de unirnos los unos a los otros con lazos invisibles: si alguien sufre, todos lo sentimos en alguna medida; si muchos sufren, somos capaces de romper la barrera del espacio y el tiempo. Las implicaciones filosóficas son inmensas... Nelson cree que hace falta invertir muchos más recursos en esta investigación y ampliar la red para conseguir resultados prácticos. De este modo, quizá en menos de diez años lo que hoy parece ciencia ficción se convierta en una realidad tangible. Como ha sucedido con casi todos los descubrimientos importantes en la historia de la humanidad, primero vislumbrados por visionarios y luego transformados en piezas de lo que nos distingue, verdaderamente, como seres humanos.

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